Beethoven: Sinfonía nº 3, “Heroica”

OSCyL, Moritz Gnann
2 y 3 de Junio de 2022

Imaginen si los hechos no hubieran sucedido y Beethoven se hubiera mantenido fiel a su plan original, y su Tercera Sinfonía se hubiera llamado «Bonaparte». Imaginen las toneladas de interpretaciones y análisis que se habrían dedicado a alinear la pieza con el proyecto napoleónico, con sus ideales humanistas y su demasiado humana concreción histórica. Pero  eso es lo que Beethoven quería que fuera la obra que hoy conocemos como la sinfonía Heroica: Esta pieza, durante su composición y hasta su finalización en 1804, e incluso cuando estaba negociando su publicación, fue una pieza para y sobre Napoleón. Beethoven la diseñó  como un monumento a los heroicos logros de un gobernante que él esperaba iba a llevar a Europa a una revolución humanista, libertaria e igualitaria. Es por eso que la sinfonía, puede afirmarse, describe las heroicas luchas de Napoleón (el enorme primer movimiento), luego narra la tristeza de su muerte en gran estilo público (la marcha fúnebre del movimiento lento) y, con la energía expansiva  y la imaginación rebosante del scherzo y el finale, muestra cómo su legado y espíritu debían haber pervivido en el mundo.

En cambio, la historia de cómo Beethoven tachó la dedicatoria original de la pieza a Bonaparte es materia de leyenda sinfónica, basada en el recuerdo de Ferdinand Ries de lo que sucedió cuando le dijo al compositor que Napoleón se había autoproclamado emperador en mayo de 1804. Con eso, Napoleón se convirtió para Beethoven en -como relata Ries que dijo el compositor- “un tirano”, que “se creerá superior a todos los hombres”. (De hecho, es incluso más complicado aún, ya que Beethoven, el aparentemente gran revolucionario, también estaba dispuesto a cambiar la dedicatoria de la sinfonía para no poner en peligro los emolumentos acordados con un patrocinador real). Sin embargo, ese tachón sobre el nombre de Napoleón no cambia la especificidad de la inspiración de Beethoven al escribir esta sinfonía, la más larga y a mayor escala que jamás había compuesto, ni las profundas motivaciones humanas, filosóficas y políticas que había tras las innovaciones musicales de esta asombrosa pieza.

Y son esas novedades las que suelen inspirar los panegíricos con los que a menudo se describe la Eroica: las disonancias demoledoras y las dislocaciones rítmicas del primer movimiento,

 la expresiva grandeza y terror de la marcha fúnebre,

la ridículamente desafiante escritura de las trompas del  scherzo,

el  gigantesco rango expresivo – desde lo cómico hasta lo trágico, desde lo lírico hasta lo heroico – en el cuarto movimiento, un conjunto de variaciones que de un solo golpe reinventan el final sinfónico de una manera a la que posiblemente solo se acerca el último movimiento de la Novena de Beethoven.

 

Y, sin embargo, estas revoluciones musicales no son tan… bueno, tan revolucionarias como podría parecer a primera vista. En esta pieza, tanto como en todo lo que compuso, Beethoven no quería comprometer el poder comunicativo de su música. Para que su música hiciera sonar su mensaje de cambio, para empujar al público a considerar una nueva visión del mundo del mismo modo que también se les llamaba a participar en una nueva escala de drama sinfónico, Beethoven necesitaba asegurarse de que sus oyentes siguieran con él. Es por eso por lo que esta compleja obra es también completamente clara en su estructura y en sus extremos estados expresivos.

Pensemos en el primer movimiento: sí, su escala de pensamiento y ambición no tienen precedentes cuando se considera la totalidad de su estructura, pero en cuanto a los temas y su elaboración, la música de Beethoven se basa en ideas simples y comprensibles: esos dos mi bemol mayor como rayos con los que se abre la sinfonía (la idea inicial de Beethoven fue en realidad comenzar con una disonancia, como había hecho al comienzo de su Primera Sinfonía), y el arpegio ondulante en los violonchelos que comienza tan serenamente pero que pronto introduce una nota extraña , un Do sostenido [1:11], la arena en la ostra que señala la ambición emocional y armónica de este movimiento. Los momentos más radicales son impactantes cuando se escuchan de forma aislada, como el chirriante choque armónico en el centro del movimiento que parece llevar la música a un estridente y estremecedor callejón sin salida [10:00]; o la enormidad de la coda del movimiento [13:52], convertida por Beethoven en otra oportunidad para desarrollar y explorar sus temas en lugar de simplemente empaquetarlo todo con un puñado de clichés de cierre. Y también hay un momento que hizo que Héctor Berlioz, por lo demás el mayor admirador de Ludwig van, farfullara indignado que “si eso era lo que realmente quería Beethoven… hay que admitir que ese capricho es un absurdo”; el pasaje en el que la trompa parece anunciar el regreso al tema principal unos pocos compases antes [13:34]. Es lo que Beethoven “realmente quería”, pero los comentarios de Berlioz nos recuerdan lo raro que es en realidad

Sin embargo, cuando escuchas una interpretación como la de Frans Brüggen con la Orquesta del Siglo XVIII, o la de Otto Klemperer con la Philharmonia (extraños compañeros de cama, se puede  pensar: el uno, un gurú de los instrumentos de época, el otro un maestro de la big band de la vieja escuela, pero ambos creando un primer movimiento poderosísimo, tallado en granito) no son tanto los momentos individuales los que te dejan sin aliento, sino el impulso acumulativo que se construye desde el primer compás hasta el último. Esa es la verdadera revolución en el primer movimiento de la sinfonía Heroica, y el hecho de que esta implacable fuerza musical  haya sido inspirada en la representación de las obras de un gran hombre solo la hace más notable: este movimiento es la alquimia sinfónica definitiva de estructura musical y significado poético.

Como el resto de la sinfonía. Una idea para recorrer los siguientes tres movimientos, desde la marcha fúnebre hasta la explosión de alegría en los compases finales: Esta música es a la vez rigurosamente sinfónica pero novedosa por su cabalgata de caracteres dramáticos y expresivos. El logro de la Heroica no es que Beethoven “unifique” toda esta diversidad, sino que crea y desencadena una energía sinfónica en esta pieza que enmarca y libera ese drama humano elemental. Es ese impulso misterioso el verdadero «heroísmo» de esta sinfonía, de modo que la victoria al final de la pieza no solo representa a Napoleón o a Beethoven, sino a las posibilidades de la sinfonía misma, que se revela como portadora de un nuevo peso y significado como nunca antes en la historia. Lo que comenzó como un (pre-) memorial de un gran hombre y sus ideales humanistas se convierte en una encarnación esencial de la fuerza vital sinfónica.

Tom Service. The Guardian.

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