Ravel: Pavana para una infanta difunta

OSCyL, Roberto Gonzalez-Monjas
28 y 29 de Abril de 2022

Maurice Ravel tenía solo 24 años cuando su composición para piano solo Pavane pour une Infante défunte  hizo furor en las salas y salones de París en 1899, pero la obra ya tenía el sello inconfundible de su estilo. Graduado del Conservatorio de París, el joven Ravel había trabajado con Gabriel Fauré y era admirador de Emmanuel Chabrier y Erik Satie. Sin embargo, aunque era un apasionado estudioso de una amplia gama de formas musicales, su propio lenguaje musical se hizo evidente de inmediato en esta breve pieza: en la ligereza del toque, en cómo variaba de humor y timbre usando cambios armónicos en lugar de dinámicos, y en su destreza  para la melodía.

El movimiento impresionista estaba en pleno apogeo y puede que la Pavane lograse ya interesar debido a la fuerza de la imagen que evocaba su título. ¿Quién era esta princesa difunta?  Ravel aseguró siempre a los oyentes que el título no era más que una fantasía suya, que imaginaba que la melodía era «una danza española lenta con la que una princesita pudo haber bailado alguna vez». De hecho, la única princesa verdadera en quien se pudo pensar, fue la princesa Edmond de Polignac, una destacada mecenas de las artes, a quien Ravel dedicó la pieza.

La obra se hizo tan popular que Ravel la orquestó en 1910, aunque en años posteriores intentó distanciarse de ella. Sintió que le había robado demasiado a Chabrier, lamentando que su muy seccionada construcción ABACA era «una forma bastante pobre», «inconcluyente y convencional». Y puede que simplemente se cansara de que los pianistas aficionados la manosearan. Le dijo a uno de ellos: «La próxima vez, espero que recuerde que escribí una Pavana para una princesa difunta… no una Pavana difunta para una princesa».

A pesar de lo cual, en esta obra engañosamente simple hay algo inefable y conmovedor que no  puede dejarse de lado. Se desarrolla en un majestuoso pulso de corcheas, siguiendo la forma de la pavana renacentista, una danza cortesana. Cada iteración sucesiva del tema principal se contrasta con texturas orquestales crecientes, desde los quejumbrosos instrumentos de viento- madera de la sección B hasta las cuerdas y arpa de la sección C. Ravel elabora también  cada reiteración, presentando el tema principal primero con trompas, luego con un dúo de flauta y oboe, y finalmente en las cuerdas que crecen de pianissimo a fortissimo en el transcurso de los últimos compases. El efecto general nunca es exigente ni abrupto, pero sí sutilmente insistente. – Bárbara Heninger. Notas de un programa de la Redwood Symphony

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