Bizet: Sinfonía en do mayor

OSCyL, Michel Plasson
7, 8, 9 y 10 de Enero de 2011

La música de Carmen de Georges Bizet es tan popular que plantea la cuestión de la familiaridad. Prácticamente todas sus notas de aire español están tan firmemente grabadas en la conciencia musical general que el oyente que no esté familiarizado con la Sinfonía en Do del compositor francés se preguntará ¿de dónde viene su inconfundible primer movimiento mozartiano? La respuesta, si es que la hay, sólo puede venir a través de un corto perfil de la trágica vida del compositor.

Bizet pasó toda su vida en su París natal excepto tres años, tres años en los que lo encontramos en Italia, como ganador del Prix de Rome del Conservatorio de París. Tenía sólo 19 años cuando fue a Roma, y era de esperar que el prestigio del premio abriera muchas puertas al talentoso compositor y brillante pianista. Sin embargo, de vuelta en París, se concentró en una carrera de compositor en la que apenas tuvo éxito, a menos que se valore el elogio de Héctor Berlioz, quien como principal crítico musical del Journal des Débats, escribió que la ópera de ese joven, Les pêcheurs de perles (Los pescadores de perlas ), era para Bizet el «mayor honor». El público, sin prestar atención al compositor/crítico, se mantuvo indiferente.

En 1872, dos años antes de escribir la muy española Carmen (sin haber pisado nunca ese país), compuso la música incidental para L’Arlésienne, una obra de Alphonse Daudet. Permaneciendo dentro de sus propias fronteras nacionales, tanto estilística como físicamente, Bizet se inspiró en la música folclórica de la región francesa del melodrama, la Provenza, y creó una partitura llena del color y las imágenes de esa provincia. Desafortunadamente para su carrera, la obra fue un fracaso y la música fue ignorada; si no hubiera extraído fragmentos de la partitura con el propósito de hacer una suite, su rica y deliciosa música podría haberse perdido para siempre.

En cuanto a Carmen, fue el resultado de un encargo de la Opéra Comique. Eligiendo como tema la vívida historia de ese nombre de Prosper Merimée, Bizet indujo a Henri Meilhac y Ludvic Halévy a escribir el libreto. La ópera se estrenó el 3 de marzo de 1875 y aunque su naturalismo y escabrosidad turbaron la sensibilidad de un público parisino educado en elegantes y grandiosas piezas escénicas, tuvo un éxito bastante decoroso. En las primeras semanas disfrutó de casi dos docenas de representaciones, pero, trágicamente, tres meses después de su estreno y en la noche de su 23ª representación, Bizet murió a la edad de 36 años, sin haber sido nunca testigo de la fenomenal popularidad que alcanzaría Carmen en todo el mundo.

Todo lo cual nos lleva dos décadas atrás hasta la única sinfonía completa de Bizet, una obra que ni siquiera tuvo la oportunidad de agradar o desagradar al público. Compuesta en 1855, permaneció sin ser ejecutada hasta que el manuscrito fue descubierto en la biblioteca del Conservatorio de París en 1933. Bizet tenía apenas 17 años cuando produjo la deliciosa y habilmente construida Sinfonía en Do, una deslumbrante obra de juventud que le sitúa en la exaltada compañía de adolescentes tan precoces como Mozart y Mendelssohn. Esos son, sin duda, genios de una categoría diferente, pero aún así, no hay duda de que cualidades como la espontaneidad, frescura, encanto, melodía, elegancia y habilidad técnica, por nombrar sólo algunas de las que distinguieron las primeras obras de Mozart y Mendelssohn, son las mismas que se encuentran abundantemente en la sinfonía de Bizet.

Viviendo en un período en el que la indulgencia emocional era la norma, Bizet se las arregló para mantener un desapego frío y objetivo que estaba en el corazón del Clasicismo, mientras seguía acuñando su música con una individualidad inconfundible. Tomemos, por ejemplo, el tema secundario del primer movimiento, presentado por el oboe. Particularmente al venir tras el vigoroso y directo tema principal mozartiano, esta pequeña y suave melodía tiene una ligereza que es de alguna manera distintivamente francesa.

Aún más idiomático es el tema principal del segundo movimiento, también en el oboe.

 

Aquí está el exótico y pintoresco Bizet de la música de L’Arlésienne y de Carmen. El tercer movimiento, un Minuet rápido, es todo energía de danza, en algunos momentos más lánguido que activo; el Trío, que usa el tema del Minuet, tiene un aire fuertemente campesino.

Del burbujeante vigor del movimiento perpetuo que constituye gran parte del último movimiento, emergen dos temas distintivos: el primero, una melodía que Bizet recordaría bien al escribir la música de marcha de los golfillos del primer acto de Carmen; el segundo, un tema lírico que flota en una ondulante nube francesa.

La Sinfonía, terminando como empezó – con el más brillante optimismo – fue una música extraña para haberse creado en la época de Berlioz, Liszt y Wagner.

 

Tal vez fue mejor que la pieza no se interpretara en 1855, ya que probablemente se habría considerado una locura que un francés de 17 años produjera una sinfonía que hablara, en parte, el idioma de Mozart. Desde nuestro punto de vista, la obra puede ser apreciada por su gran encanto y obvia habilidad, su compositor alabado por su precocidad, y su mirada hacia atrás tomada como un gesto respetuoso, amoroso y totalmente natural.

– Orrin Howard, LAPhil

 

 

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