Schubert: Sinfonia nº 5

OSCyL, Rubén Gimeno
19, 20, 23 y 24 de Noviembre

 

Nacido en Viena, Schubert creció bajo la figura de un Ludwig van Beethoven, también residente vienés en esa época, amenazadoramente grande. Y de hecho, la Sinfonía nº 4 de Schubert (que él tituló «La trágica») fue claramente la obra de un joven compositor aún bajo el hechizo de Beethoven, un joven luchando con la sombra proyectada por el gorila musical de 300 kilos residente en Viena.

Su Sinfonía No. 5, escrita sólo unos meses después de la No. 4, fue con la que Schubert se liberó de la dominación sinfónica de Beethoven. La Sinfonía es a menudo descrita como una obra que rinde homenaje a los maestros clásicos, Mozart y Haydn, pero, al mismo tiempo, es frecuentemente despachada por ligera. ¿Implica esto de algún modo  que esta obra no está a la altura de los estándares establecidos por Beethoven, o incluso por el propio Schubert?

Difícilmente. Visto de otra manera, describir la Sinfonía No. 5 como «ligera» es el mejor cumplido para el entonces joven de 19 años Schubert. En esta obra, el joven compositor se las arregla para desafiar la gravedad, o al menos, intenta cargar musicalmente con su fuerza. Mirando hacia atrás a los maestros más antiguos, y liberándose del modelo Beethoveniano, Schubert aligera su carga, si se quiere, descubriendo en el proceso una voz sinfónica única. Incluso la orquestación es delicada, sin clarinetes, trompetas ni timbales.

Aquí no hay una pesado y lúgubre Adagio introductorio: apenas iniciada ya se anuncia el primer tema. La fresca y despreocupada apertura del Allegro es la ligereza misma. Vivaces y melodiosos, los temas principales también se introducen con el inconfundible cromatismo Schubertiano totalmente evidente; y, en vez de empujarnos hacia abajo o añadir peso, este movimiento cromático sigue tirando hacia adelante, proporcionando movimiento, flotabilidad y alguna ocasional sorpresa armónica. Tan pronto como se ha presentado el segundo tema, una línea ascendente dota de una mayor sensación de ligereza al movimiento. Esta idea «ascendente» regresa al final del movimiento (y de hecho, a lo largo de toda la sinfonía), en la recapitulación; esta vez, las notas ascendentes parecen saltar literalmente al espacio musical.

Si el primer movimiento es un salto, el segundo [7:23] es un suave aterrizaje. El Andante con moto canta, incluso suspira a veces, tal vez teniendo presente un modelo mozartiano. Schubert puede estar rindiéndole homenaje, pero siempre es él mismo, siempre impulsando este movimiento con cortos pasajes cromáticos ascendentes, su sello musical.

El Menuetto [17:35] es ante todo un típico movimiento de baile, y como un bailarín, Schubert debe lidiar con la gravedad. La sensación de aterrizaje es clara; casi pueden sentirse los pies de un bailarín deslizándose hacia arriba, y luego caer suavemente. De igual modo, en el Trío [20:05], se pueden imaginar elegantes y agraciados bailarines elevándose lentamente con la música. Muchos creen que este movimiento, en sol menor, es un homenaje a la Sinfonía nº 40 de Mozart (también en sol menor y una obra que influyó claramente en Schubert).

El Finale [22:54], indicado como Allegro vivace, se basa en una especie de bailable Minuet. Como el primer movimiento, es saltarín y gracioso, con el inconfundible toque de Schubert en los repetidos juegos de manos cromáticos y las frecuentes sorpresas armónicas.

Resumiendo, la ligereza de la Sinfonía nº 5 representa un momento tremendamente optimista y caprichoso para Schubert, cuya corta y trágica vida estuvo plagada de todo tipo de enfermedades, decepciones y sufrimientos. Podemos agradecer que capturase tal instante de alegría en esta obra.

Dave Kopplin, LAPhil

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